domingo, 2 de mayo de 2004

PREFIERO NO PERDER



NUEVO GASOMETRO
2 DE MAYO
CLAUSURA 2004
FECHA 12

San Lorenzo 0

Arsenal 0


Desde hacía tiempo el torneo Clausura se había olvidado de San Lorenzo. Su desdibujada realidad simulaba el ruido de una canilla que no dejaba de gotear. Y así, poco a poco, se corroe la paciencia. El desconcierto futbolístico azulgrana no encontró antídotos para otro partido sin victoria y por eso se disparó el rechazo popular. Esa pareja explosiva que siempre confabulan la impaciencia y la desesperación les cayó con todo su poder de intolerante agresividad a los futbolistas y al entrenador Néstor Gorosito. Con la cabeza azotada por los insultos de sus simpatizantes defraudados, los locales no hallaron redención para sus pesares. Entonces, el Santo quedó rodeado por las tinieblas.

San Lorenzo experimentó una decepcionante metamorfosis demasiado pronto en el campeonato: partió como uno de los principales candidatos al título y hoy sólo está pendiente de la insulsa motivación que significa clasificarse para una copa continental. Esto ya describe la gravedad de un panorama sombrío y desalentador para la grandeza de su historia y la expectativa que había depositado en el primer semestre de 2003. Arsenal, desentendido de esta rebelión desatada en el rival y que ayer se fue agravando con los minutos en el Bajo Flores, rescató el puntito al que su táctica carcelaria muchas veces ya lo tiene abonado.

La insulsa inversión en juego coordinado volvió a condicionar la producción de San Lorenzo. Porque lo presentó como un conjunto impreciso y frontal. Sólo la punzante habilidad de Walter Montillo –desequilibrante sobre el sector de Gandolfi– invitaba a imaginar que, quizás, en alguna incursión, el infructuoso dominio territorial de los locales podría destrabar el intrincado camino al gol. Primero, probó Zabaleta y su volea se perdió desviada; más tarde, enganchó Carreño y Alejandro Limia le desvió el remate, y ya sobre el filo del entretiempo, otra vez probó Carreño, ahora con un cabezazo que salió por arriba del travesaño.

Los dirigidos por Jorge Burruchaga no se apartaron del libreto previsor: Esmerado atento a los movimientos de Pipi Romagnoli por delante de la línea de cuatro defensores y, además, Hirsig, Fernández Di Alessio y Rodolfo Quinteros con más precauciones que libertades. En definitiva, los argumentos de siempre: despliegue desgastante y entrega sostenida para la solitaria lucha de los punteros José Luis Calderón y Mariano Monrroy.

La crisis futbolística de San Lorenzo se agudizó en la etapa final porque las esporádicas sociedades Montillo-Romagnoli prácticamente se esfumaron. Al compás de los nervios y el creciente fastidio del público, los locales cayeron en el embudo de la desorientación. Sin línea, la brújula del conjunto ya no reconoció un conductor y entonces se perdió en su anarquía. Tanto que el tímido Arsenal se atrevió a recortar sus recaudos y un cabezazo de Carlos Casteglione obligó a José Ramírez a una oportuna intervención.

Gorosito, que al no acertar en su constante búsqueda de la pareja atacante ha terminado por lavar la identidad ofensiva del equipo, otra vez apeló a la confusa búsqueda masiva: con Nicolás Guevara, Luna, Romagnoli, Montillo y Román Díaz en la cancha, el equipo creó más torbellino que riesgo real frente al atento Limia. Después de tanto sobrevolar, el desconcierto finalmente se posó en San Lorenzo. Con su poder de irritante devastación.

Por Cristian Grosso
De la Redacción de LA NACION

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